El doctor Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo, asegura que es el aburrimiento, y no la falta de amor, lo que llevaría a los varones a engañar a sus parejas. Aquí, su hipótesis en detalle. Entre Mujeres.
amor romántico es el resultado de emociones fuertes y placenteras, del apego, de pensamientos e imágenes que completan el imaginario vincular. La sociedad y la cultura modelan la relación de pareja, de tal forma que siempre existirá un contexto mayor que impone normas (“esto se puede, esto no se puede”). Pero, más allá de las pautas que se internalizan, los vínculos amorosos son uniones de dos personas (por lo menos en estos lares de Occidente), cada uno con su historia, sus deseos, sus expectativas y, por qué no, su capacidad para sostener (o transgredir) una de las reglas principales del amor romántico: la fidelidad.
La ciencia se ufana en haber encontrado en los genes algunos indicios de la conducta infiel. Sin embargo, los resultados no la explican, aunque dan algunas pistas para entender la intención del “tramposo”.
Si ponemos en una balanza los múltiples factores que afectan al vínculo amoroso (pérdida de intensidad sexual, rutina, falta de intimidad por la presencia de los hijos, etc.), serán más influyentes que cualquier determinante genético. No obstante, si se combinan estos condicionantes interpersonales con los biológicos la fuerza para la infidelidad tendrá más vigor.
Los típicos argumentos de la infidelidad
Existen argumentos que se repiten en la mayoría de los infieles: “con mi pareja no tenemos el sexo de antes”, “me siento desplazado, los chicos acaparan toda su atención”, “ya no se arregla, perdió el atractivo”, “en la cama siempre hace lo mismo”, “nunca mi marido me hizo sentir una verdadera mujer”, “con él no se puede hablar”, “decirle que la mayoría de los orgasmos son fingidos sería herirlo de muerte”, etc.